sábado, 25 de febrero de 2017

LA LA LAnd: obra maestra


Actriz Protagónica: la Música
Actor Protagónico: el Color
Actriz Secundaria: la ciudad de LA
Actor Secundario: el Baile

Spoiler Alert

Para crear una obra de arte, se requiere que se conjunten diversas circunstancias, mismas que se pueden reducir a dos: la idea y la implementación de esa idea. La creatividad y la técnica para llevarla a cabo, para ejecutarla tal como surgió en la mente (o mejor aún si es posible). Para concretar una verdadera obra maestra, la clave está precisamente en que ambas sean extra-ordinarias, en todo el sentido de la palabra.


Para que una idea sea extra-ordinaria, lo primero que se requiere es que sea original. Única. Que no haya existido algo igual anteriormente. Que aunque haya rastros de otras obras, de otras técnicas, el resultado final sea algo nunca antes visto, que sea un aporte a ese genero, a esa rama del arte y que de ahí otros artistas puedan partir para hacer su propia obra. 

Ahí empieza para mí, la genialidad de La La Land. Impresionante el número de referencias que La La Land maneja tanto en lo visual como en el guión y diálogos, que van desde películas musicales a cintas clásicas no solamente de Hollywood, pero también pinturas de muchos artistas como Matisse o Van Gogh. Más impresionante es que con ese número de referencias se pueda gestar una obra nueva, fresca y que renueva el género del musical pero también el del cine en general.

La idea inicial de la cinta, suena relativamente sencilla: reflejar las dificultades a las que se enfrentan aquellos que buscan colocarse en el mundo del entretenimiento. Pero de esa premisa, surgen otras que van complicando la situación. Usar la película para realizar un homenaje a la ciudad de Los Ángeles, al cine y al jazz. Y, ¿por qué no hacerlo a través de un musical? Esto ya va sonando bastante ambicioso y complejo… y vaya que efectivamente lo es.

Es común que el arte haga ver como fácil algo que realmente es complejo y complicado. El ballet clásico parece algo tan sencillo, hasta que uno trata de hacerlo o cuando realmente se analizan los movimientos del cuerpo para transmitir emociones; los trazos de Picasso parecieran a simple vista, los de un niño, pero detrás de ellos hay técnica, experiencia, vida y genialidad.

Y así sucede con la secuencia inicial de la película, para muchos, una mera introducción con baile y colorido. Pero esa sola escena va directamente al listado de mejores planos secuencia en la historia del cine, así como de los mejores arranques. Desde los primeros segundos, Chazelle plantea al espectador la línea por donde irá la película: el gran colorido, destacando los colores primarios, una época atemporal y lo vibrante de la música, poniendo la vara, demasiado, demasiado alta. Seis minutos sin un solo corte, con más de 50 autos detenidos en una avenida, accesorios de distintas épocas incluyendo los autos, más de 100 personas coreografeadas. La letra de la canción, describe lo que miles de habitantes de la ciudad de Los Ángeles, han vivido y sufrido por tratar de ganar un lugar en el difícil mundo del espectáculo.

Y cuando el gran final de este primer número llega supuestamente, la coreografía termina y los automovilistas vuelven a sus sitios, surge el título de la película en una tipografía setentera y el plano secuencia ¡continúa varios minutos más mostrándonos a los dos protagonistas en un auto distinto cada uno! Y Vaya manera de presentar a los dos protagonistas, cada uno con sus respectivas obsesiones y sueños. (y para rematar, en los momentos finales de la película, cuando Mía decide cambiar de rumbo en el auto, es justamente esa autopista de la escena inicial, la que ya no toma).

Detrás de esta primera secuencia se pueden notar los más de seis años de preparación que el director Damien Chazelle pasó ideando y construyendo la historia, básicamente con su amigo y músico, Justin Herwitz. Imagínense el proceso para que estos 7 minutos se hicieran realidad: primero que nada, había que crear la música y la letra de la canción, hacer los arreglos para los distintos instrumentos, encontrar las voces correctas, idear las coreografías, ensayar los bailes, definir el diseño de producción, es decir, tipos de autos, tipos de prendas, colores, además diseñar los movimientos de cámara, para que la toma se hiciera sin cortes (chequen por favor donde empieza y donde termina el plano secuencia), y hablando de cuestiones técnicas, había que parar el tráfico de una autopista en LA, para filmar todo el numerito. Que todo eso se haya ideado y se haya llevado a la práctica de la manera en que se percibe en los primeros minutos de la cinta, es un verdadero milagro.

Pero lo impactante es que esta misma calidad sigue y sigue durante la película en todos los rubros, hasta el número final que queda también para los anales del cine... y no es una exageración. 

La música y el color pueden eclipsar detalles que el director Demian Chazelle va incluyendo, mismos que inician incluso antes de que arranque la película. Justo cuando la pantalla se amplía al tamaño de Cinemascope se escucha un claxon, justamente un claxon que después será un elemento incidental de la historia que aparece en distintos momentos. O incluso el nombre de la ciudad que está escondida en el mismo título de la película. O para los amantes y conocedores del jazz, el nombre de la banda de John Legend, es un guiño de llamar la atención. Y como esos, hay muchos detalles que se pueden seguir a lo largo del film.

Algunos otros aspectos pueden llegar a pasar desapercibidos a simple vista por la explosión de música y color, es, en primera instancia, el guión. El guión no solamente tiene que ver con la historia de una película, sino con los diálogos. Es curioso como cuando están los dos personajes juntos, es cuando se crea un ambiente muy particular en la pantalla. Diálogos por demás inteligentes, irónicos, eficientes para la historia. Algo de llamar la atención es que dichos diálogos continúan en las letras de las canciones, mismas que se vuelven vitales para la trama del film. Suele suceder que en los musicales tradicionales, la música refuerza lo que sucede durante la acción "no cantada". Si alguien dice "Te amo", viene una canción que refuerza ese sentimiento. En La La Land, las letras de las canciones complementan los diálogos de una manera por demás original.  


Basta ver, escuchar y analizar la canción Somewhere in the Crowd para darnos cuenta que no es una simple canción en medio de algunas escenas; de hecho, la película pudo haberse llamado así, por lo importante de la frase durante las dos horas de la historia y cómo "alguien en el público" va siendo relevante en distintos momentos y lugares.


Chazelle nos había ya mostrado su buena dirección de actores en Whiplash! y en La La Land lo confirma y lo lleva aún más allá. El trabajo de Emma Stone es una verdadera joya durante toda la película. Es realmente Mia la que lleva toda la película. 
La técnica que Chazelle utiliza para destacar la calidad histriónica de la actriz es dejar su rostro en primer plano, por varios minutos y permitir que sus expresiones dominen la pantalla, lo cual destaca más el trabajo de la actriz.(Nuevamente se confirma el extraordinario ojo de Alejandro González Iñárritu al incluir en su Birdman a Stone).

Pero Ryan Gosling no se queda atrás, dándole una tridimensionalidad a su personaje que complementa de manera perfecta y le da una profundidad muy particular a su personaje. 

Y bueno, de la música qué más se puede decir. Solamente basta escuchar todas y cada una de las canciones y la música incidental para reconocer el extraordinario trabajo de Justin Hurwitz y es increíble pensar que tenga, solamente 32 años, la misma edad que Chazelle. De llamar la atención la calidad de todas las canciones, que hubieran podido, sin ningún problema ser todas nominadas a la categoría de Mejor Canción Original en los premios de la Academia. Destaca por supuesto el jazz, género favorito del Chazelle y de Hurwitz. Queda más que claro que La La Land es un grito desesperado por salvar al jazz. 

Por la manera de utilizar los distintos recursos cinematográficos, como por el resultado final, no hay otra manera de referirse a esta película que como obra maestra. Y no hay que tener miedo de hacerlo. No hay que tener miedo de reconocer la labor de un director de 32 años. La La Land es, sin duda, un “clásico instantáneo” que es parte ya de la historia del cine.